La sociabilización es parte fundamental del ser humano, nos permite relacionarnos y comunicarnos con otras personas, vivir y cubrir nuestras necesidades básicas, como salud, sexo, vivienda, educación, alimentación… También y muy importante, las necesidades psicológicas, como el afecto, la seguridad y el estima, entre otras.

A medida que vamos interactuando podemos llegar a establecer vínculos afectivos más fuertes, con nuestros padres, parejas, amigos, incluso con grupos de personas organizadas por un mismo ideal o creencia, ya sea religioso, político y/o social. Cuando se experimenta esta conexión, podemos llegar a mostrar aspectos más personales, develando nuestra verdadera esencia, ese lado más sensible o vulnerable de nuestra personalidad.
Si no somos conscientes de cómo nos relacionamos y hasta dónde estamos dispuestos a ceder, podemos otorgar poder al otro para opinar, cuestionar e incluso influir en nuestra forma de vivir.
MARIA DE LOS ÁNGELES ULLOA
Este estado de consciencia se logra cuando establecemos límites saludables. Se origina a partir del valor y respeto que tenemos hacia nosotros mismos. No es algo sencillo, el hecho de tener claro de antemano cuáles son los aspectos que no estamos dispuestos a consentir nos ayudará mucho a tomar las decisiones acertadas.
El límite es una línea invisible de protección alrededor de nuestro propio espacio. Nos ayuda a impedir que alguien abuse de nosotros y que nos invada o traspase aspectos íntimos e individuales.
Con los límites evitamos que otra persona pueda generar control y manipulación sobre nosotros provocando que dejemos de hacer cosas que nos agradan o nos impulsen a realizar otras que no estamos seguro de querer hacer.
Establecer estas líneas en nuestro espacio nos permite conocer lo que somos y lo que no somos. Es muy similar a los derechos y deberes que poseemos como personas, pues nos ayuda a distinguir hasta qué punto podemos sentirnos cómodos en una relación, ya sea familiar, de trabajo, de pareja, etc.
Existen límites externos y limites internos. El primeo tiene que ver con la dimensión física, por ejemplo, sentirnos incómodos cuando alguien se nos acerca demasiado, a tal punto que pueda existir contacto físico no deseado. Es por ello que el saber hasta dónde y cómo, nos permite protegernos de formas de relacionarnos no deseadas.

El segundo tiene que ver con el grado de responsabilidad que tenemos sobre nuestras emociones, pensamientos y conductas. Reconociendo y teniendo claro que no somos y no podemos hacernos responsables de los procesos internos del otro, ya sea nuestra pareja, jefe, familiar o amistades. Cada quién es responsable de sí mismo.
Seguir estas pautas ayuda a crear un clima de conocimiento y respeto, tanto hacia el otro como con nosotros mismos. Ponerlas en práctica contribuirá a crear esos límites en nuestras relaciones interpersonales.
De inicio será necesario partir desde el autoconocimiento que nos lleva a saber cuáles son nuestras propias reglas. Para ello, es importante preguntarnos si ese límite:
- ¿Es vital para nuestro bienestar o es solo un capricho?
- ¿Estoy considerando el bienestar de la otra persona y el mío en la misma magnitud?
- Si no coloco este límite ¿Estoy dispuesto a asumir las consecuencias que conlleva?
Una vez identificado el límite, debes comunicarlo y para ello es importante comenzar describiendo el hecho sin emitir juicios de valor ni adivinar las intenciones de la otra persona. En base a eso, expresa lo que sientes y piensas evitando las acusaciones al otro, con frases como; “tú siempre”, “tú nunca”, “tú eres”, “tú debes”.
Seguidamente explica claramente lo que deseas que cambie o qué estas pidiendo, puedes iniciar con: “me gustaría que… Y por último, aceptar la respuesta del otro, aunque no sea de nuestro agrado. Parte de este proceso conlleva entender que no podemos controlar la reacción de la otra persona. Esta viene cargada de creencias, pensamientos y emociones propias de su historia de vida y nosotros no podemos hacernos responsable de sus procesos personales.
Si la otra persona se molesta con nuestro límite o lo rechaza, es normal que lleguemos a sentir una serie de inseguridades, como el miedo al abandono, a la soledad, al sentirse no amado, miedo a ser etiquetados como “malas personas”, incluso miedo a herir al otro. Es importante darle la bienvenida a la emoción y aunque estemos pasando por un momento incómodo no quiere decir que nuestro límite sea malo, deba ser cambiado o suavizado.
Podemos reconocer los sentimientos del otro, pero esto no significa que estemos de acuerdo con ellos. Decir algo como: ‘Sé que estás muy enfadado, yo veo las cosas de forma diferente’ es una forma de mostrar que has escuchado al otro, que respetas su pensamiento pero que tienes tus propios pensamientos.
No quería terminar sin comentar una última técnica que puede ayudar a garantizar el éxito en este proceso. Escríbelo y ensáyalo. De esta manera empezaremos a sentirnos más cómodos con esta nueva habilidad que estamos adoptando. Es importante dejar que la dignidad, el amor y el respeto sean los protagonistas de nuestras relaciones.
de María de los Ángeles Ulloa
2 Comentarios