Acompañamiento al Final de la Vida

Cuando alguien tiene una enfermedad, va al médico esperando recibir el tratamiento que le permita recuperar su salud. Sin embargo no siempre es así. La medicina tiene sus limitaciones y hay ocasiones en las que la persona enferma no logra recuperarse. En el caso de una enfermedad crónica, llega un punto en el que los tratamientos dejan de ser efectivos y no logran frenar su avance.

Cuando las opciones de tratamiento se agotan llega el momento que muchos temen, aquel en que su médico les dice que ya no hay nada más que se pueda hacer. Llegar a ese punto es como estar frente a un callejón sin salida. El tiempo se acorta y la vida va llegando a su etapa final.

Sin embargo, tal como dice Atul Gawande, el final es también parte del camino. No podemos cambiar el hecho de que somos seres mortales y que por más avances que se den en el campo de la medicina, la última batalla, donde nos enfrentamos a la muerte, en un momento u otro la vamos a perder. No hay forma de escapar de la muerte, pero podemos elegir cómo llegamos a ella.

Podemos vivir atemorizados sintiendo que somos acechados por ella a cada instante o podemos mirarla de frente; aceptarla e ir a su encuentro con la tranquilidad de estar en paz con uno mismo y con los demás. Es por eso que:

Prepararse para morir suele ser complejo. No siempre es agradable hablar de la muerte, pero hacerlo es muy sanador. Durante la conversación con una paciente que sufría un cáncer en su etapa final, ella me preguntó «¿Crees que voy a morir?». Su pregunta me tomó por sorpresa. Lo primero que me vino a la mente fue que sí. El cáncer que tenía estaba en metástasis y los doctores le habían dicho que ya no había más opciones. Sin embargo, sentía que la respuesta a esa pregunta era algo que ella tenía que decir por sí misma. «¿Qué te dice tu cuerpo?», respondí. Ella se quedó un momento en silencio y luego habló «Que no me queda mucho tiempo y que pronto me voy a morir».

Poder decirlo en voz alta fue algo liberador para ella. Empezar a aceptar la idea de que se iba a morir permitió que pudiéramos hablar de todo lo que eso le generaba. En las sesiones que siguieron hablamos del miedo que sentía frente a la muerte, del temor que tenía a experimentar una dolorosa agonía, de la tristeza por dejar a su familia, de la cólera y la frustración por no poder cumplir los planes que tenía. En ese espacio ella pudo hablar de todo lo que pensaba y de la angustia que sentía frente a su propia muerte.

Poco a poco la muerte dejó de ser ese temible monstruo desconocido que acechaba desde la oscuridad y empezamos a verla tal como era, una parte natural del proceso de la vida. El final del camino al que todos en algún momento vamos a llegar.

Poder hablar de la muerte abiertamente y con naturalidad puede ser muy liberador.

La idea de que uno va a morir suele ser algo difícil de aceptar pero una vez lo hacemos, da pie a que se abra un trabajo transformador. Este trabajo empieza en el momento de la aceptación. En el caso de una paciente también con cáncer que iba a morir pronto y lo sabía, pregunté «¿Qué te gustaría hacer en este tiempo?». «Quiero llevarles un regalo a mis hijos. Quiero tejerles algo» fue su respuesta. En la siguiente sesión le llevé algunas madejas (ovillos) de lana y palos de tejer. Ella los vio y dijo: a mi hija le voy a hacer un gorro y un chal, y a mi hijo una chompa (chaqueta). Ese día mientras conversábamos comenzó a tejer los que serían los últimos regalos que iba a dar a sus hijos. Sus regalos de despedida.

El resto de las sesiones que tuvimos las pasó tejiendo mientras íbamos conversando. Tejía y recordaba cómo fue cuando su madre le enseñó a tejer, cómo fue su infancia en el campo, cómo conoció al que sería su esposo, cómo fue cuando se convirtió en mamá.

Mientras tejía la lana, iba hilando también la historia de su vida y le iba dando sentido a sus experiencias. Iba reconociendo errores y rescatando aprendizajes. Se arrepentía de haber hecho algunas cosas y no haber tenido tiempo para hacer otras. A medida que el tiempo avanzaba sus regalos iban tomando forma, así como su propia historia. La última vez que nos encontramos me enseñó sus regalos terminados. «Lo hice lo mejor que pude» dijo. Al escucharla sentí que no solo lo decía por lo que había tejido.

Aceptar la muerte y tener la oportunidad de mirar atrás cuando uno se acerca al final de la vida es muy valioso. Mirar atrás para reflexionar acerca la propia existencia, para rescatar aprendizajes y lecciones de vida que se pueden transmitir a otros. Mirar atrás para sanar, para reconciliarse con uno mismo y con los demás, para reconocer el legado que uno deja y darle sentido a las experiencias que vivió. Poder despedirse de las personas importantes que hay en su vida y poder irse en paz. Vivir este proceso acompañado por un especialista hace que el trabajo sea más significativo y transformador.

Como dice Cicely Sounders, no es el cuerpo el que sufre, sino el individuo entero. Es por eso que el trabajo psicoterapéutico al final de la vida busca atender los diferentes aspectos que engloba el concepto del dolor total. Desde esta mirada, la sensación de dolor y sufrimiento que experimenta la persona enferma no solo está ligada al aspecto físico, también se relaciona con lo social, lo económico, lo emocional y lo espiritual.

En la terapia se busca aliviar el sufrimiento que experimenta la persona por las pérdidas que vive en las diferentes áreas de su vida. Pérdida de funciones físicas, de independencia, de trabajo, de estatus económico, etc. Acompañarla en el proceso de despedida de sus seres queridos y ayudarla a reducir la angustia que siente frente a la muerte.

Desde mi experiencia, una herramienta que facilita mucho este trabajo es el arte en sus diferentes formas. Hacer junto con la persona enferma actividades de despedida ayuda a concretizar el trabajo que se hace durante las sesiones. Se le puede pedir al paciente que escriba cartas de despedida a las personas más cercanas, un dibujo de cómo le gustaría que fuera su funeral, que represente con una imagen lo que significa la muerte o la enfermedad desde su perspectiva. Que le escriba una carta a la muerte, luego que se ponga en el rol de la muerte y escriba la respuesta. También que utilice fotos para representar la historia de su vida rescatando aprendizajes de cada etapa que vivió.

Más allá de la herramienta que se utilice, lo más importante es ir siempre al ritmo de la persona, respetar su proceso y sus decisiones. Son ellos los protagonistas y quienes deciden hasta donde llegar. A nosotros nos toca acompañarlos mientras ellos descubren la mejor manera de decir adiós.

de Judith Torres

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