Los miedos son normales cuando estamos viviendo situaciones estresantes, no es algo que podemos quitarnos de encima. Sin embargo, cuando el miedo nos paraliza y no nos permite hacer lo que queremos, cuando nos quita bienestar, es cuando podemos sospechar de la presencia de una problemática de ansiedad.
Los trastornos de ansiedad en la infancia y adolescencia están asociados a dificultades académicas y sociales, a la depresión, a la tentativa autolítica (autolesiones) y al abuso de sustancias en la edad adulta. Es importante tener en cuenta la edad del niño y su nivel madurativo, ya que muchas reacciones que en el adulto implicarían un determinado diagnóstico, en el niño son expresiones de su etapa evolutiva.
El origen de los trastornos de ansiedad es multifactorial, estando implicados en su desarrollo factores de riesgo genéticos, ambientales, temperamentales, familiares y sociales.
La ansiedad no solo afecta a la vida del niño que la experimenta, también a toda su familia. Se modifican las agendas y las rutinas, se empiezan a realizar esfuerzos para evitar que surjan síntomas de la ansiedad, se generan una serie de sentimientos como la desesperación, la culpa y la vergüenza.
En estos casos el entorno familiar formula preguntas como: ¿De verdad tiene tanto miedo o quiere manipular? ¿Le permito que no vaya a la escuela o le obligo para que deje de tener miedo? ¿Estoy exagerando en mis cuidados o mi pareja es demasiado exigente? ¿Quiere llamar la atención o es un mal comportamiento? ¿Tengo que guardar el secreto de que mi hijo tiene ansiedad? ¿Es bueno decirle al niño que tiene ansiedad o se va a impresionar demasiado por saberlo?
Estas ideas surgen por las creencias que hemos desarrollado acerca de la ansiedad y muchas veces son creencias equivocadas o mitos que complican aún más la situación y nos llevan a generar actitudes y conductas que no favorecen al niño. Por lo tanto no aprenderá a estar en calma, ni a desarrollar sus habilidades de afrontamiento.
Entre las creencias más comunes podemos encontrar
Creer que la ansiedad es peligrosa:
Esta creencia nos hace pensar que debemos proteger al niño para que no la experimente. Esta reacción hace que el niño se quede esperando a ser protegido sin desarrollar sus habilidades. Con el tiempo se convertirá en un adulto que escapará de todo aquello que le genere esta sensación desagradable en vez de afrontarla. Decir frases como; “Te veo asustado y agitado”, “Debes sentirte mal”, “Está bien que llores, estoy aquí contigo”, “Tu cuerpo está liberando tensión, déjala salir, yo estoy contigo mientras eso pasa”. Para el niño es un alivio saber que sus cuidadores están cerca.
Cuando creemos que la ansiedad debe ser mantenida como un secreto:
Cuando decidimos que ninguna persona ajena a la familia nuclear puede saber lo que pasa e incluso el mismo niño no puede enterarse, hacemos más complicada la situación, limitando las acciones de ayuda y desarrollando conductas desadaptativas en el niño. Aislamiento, berrinches o peleas entre compañeros, son algunas de dichas conductas. El niño debe saber qué le pasa y entender por qué experimenta esas sensaciones en su cuerpo. De esta manera puede participar activamente en su recuperación y verá el valor de aprender estrategias para la su gestión.
Cuando creemos que validar el miedo de nuestro hijo, lo hará más grande:
Si el niño tiene miedo a la oscuridad y le decimos que es mentira, realmente le estamos diciendo que él no sabe lo que siente, comenzará a sentirse confundido e incomprendido, asustado y abandonado, dejará de pedir ayuda y tendrá menos confianza para enfrentar su miedo. Cuando validamos sus sentimientos, no es que avivemos sus miedos sino que le estamos diciendo que nos damos cuenta de lo que pasa, que lo entendemos, pero que aun así sabemos que él puede enfrentar la situación.
A pesar de la alta prevalencia de los trastornos de ansiedad en niños y adolescentes, tan solo una parte de ellos llega a diagnosticarse. De ellos, tan solo un subgrupo recibe una intervención terapéutica efectiva. Esto se debe principalmente a los mitos que tenemos sobre la ansiedad. Ahí está la importancia de erradicarlos, mediante psicoeducación a las familias.
En el ámbito clínico, la propia anamnesis y exploración, mediante el establecimiento de una adecuada relación psicólogo-paciente-familia con la capacidad de escucha y contención es en sí misma psicoterapéutica. Ayudando y orientando a la familia se ayuda al niño; solucionando conflictos familiares se resuelven indirectamente los conflictos del niño.
He aprendido algunas cosas gracias
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Me alegra saberlo. Gracias por tu comentario.
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