¡Dales la bienvenida y recíbelos a todos!
Parte del poema de Rumi «La casa de huéspedes»
Incluso si fueran una muchedumbre de lamentos,
Que vacían tu casa con violencia
Aún así, trata a cada huésped con honor
Puede estar creándote el espacio
Para un nuevo deleite,

Pocas cosas hacemos tan automáticamente como clasificar las cosas en bueno o malo. ¿Divertido? ¿Avergonzado? ¿Ilusionado? ¿Furioso? Probablemente al leerlas ya habrás hecho el ejercicio de otorgarles esa valoración. Sale natural, nos han enseñado desde pequeñitos que hay que ser bueno y sentir emociones agradables, de lo malo mejor huir. Parece ser la conclusión lógica hasta que nos encontramos con que por estar huyendo y escondiendo a nuestros seres queridos lo que «no les gustaría», terminamos siendo encontrados por una bola gigantesca que se ha ido haciendo grande y grande.
- ¿Cómo te hace sentir el recuerdo?
- No sé, cuando pienso en ello sólo quiero distraerme y no pensar.
Que no caigamos en sobreproteger a nuestros seres queridos o en descuidar nuestra propia salud pasa por gestionar en lugar de rehusar. Atender las emociones que sentimos, nuestros pensamientos disruptivos y molestos, aquellas acciones de las que no estamos orgullosos.
¿Por qué bloqueamos las emociones? Es más cómodo al principio, parece la opción que más protege a los otros o a nosotros mismos. Intentar aparentar que todo va bien, que eres feliz y con total ausencia de problemas está mucho más aceptado socialmente. La persona que está triste fácilmente es tachada de débil o depresiva. También es común sentir incomodidad al hablar de nuestras emociones negativas. Ante el dolor ajeno aflora en muchas ocasiones el deseo de intentar calmarlo, que se olvide o piense en otra cosa por su bien.
No nos han enseñado a identificar y manejar las emociones. Años atrás el sistema educativo estaba tan centrado en el concepto clásico de «inteligencia» que se le pasó trabajar la inteligencia emocional. En la actualidad hay signos de mejora, somos más conscientes de la importancia de respetarnos y cuidarnos, y no, ya no solo nuestro cuerpo.
Eso no quita que la evitación de vivir emociones desagradables siga a la orden del día, provocando que en demasiadas ocasiones nuestra estrategia sea la evitación. Y esquivar problemas a veces conlleva un precio muy alto, terminando por hacer malabares para tratar de evitar situaciones incómodas o dolorosas.
También nuestras experiencias han podido favorecer esa evitación. Aprendizajes distorsionados y prematuramente concluidos pueden habernos creado reglas internas, como al sufrir una ruptura difícil evitar por todos los medios posibles volver a pasar por un suceso parecido.
Estas experiencias dolorosas y la interpretación que hacemos de ellas nos han podido llevar a reprimirlas como forma de estar a salvo del mundo. El problema está en que forman parte de nuestras vidas. Intentar vivir en otra realidad puede ser tan frustrante como querer y esperar que cada día de nuestra vida sea bueno y legendario.
A parte de nuestras vivencias, nuestras expectativas pueden formar parte del autoengaño que nos reafirma lo que queremos pensar, que evitarlo es lo mejor para todos. Así, si estamos falsamente convencidos no habrá esa ambivalencia que nos molesta entre lo que creemos «deberíamos» hacer y lo que realmente hacemos. Como evitar dar una noticia dolorosa a la familia para que así no sufran un malestar inevitable.
Como ejercicio de inteligencia emocional, hoy quiero proponerte que elijas una experiencia. No tiene porque ser la más dolorosa ni algo actual, como práctica sirve cualquiera que recuerdes. Una vez elegida, pregúntate:

Estaré encantado de que compartas conmigo tus reflexiones. También de conocer cómo te está funcionando la evitación como estrategia en tus situaciones cuotidianas. Espero que con este artículo nos acerquemos a recibir y dar la bienvenida a todas esas emociones que nos hacen tan humanos.