¿De dónde sacar la motivación?

Motivación se podría describir como ese énfasis o impulso a moverte, difícil de conseguir a veces. Cuando viene de dentro tienes la sensación de disfrutar con lo que haces. El hecho de hacerlo ya es una recompensa, podrías pasarte horas sin darte cuenta. En todo lo que nos rodea fluye esa energía, y nosotros no somos una excepción.

Es la energía que sale de manera espontánea en la persona, sin estar influenciada por otras personas o beneficios posteriores. La razón es, que cuando hay motivación intrínseca, la persona se mueve por la pasión y la dedicación.

Esa energía es la que a veces cuesta conseguir; en niños con dificultades para motivarse en las clases, por ejemplo. Entonces se empieza a recurrir a lo que en psicología se llama motivación extrínseca.

Son ejemplos comunes el optar por recompensar el esfuerzo del joven estudiante con tiempo jugando a la consola o en el smartphone, viendo la tv… También con mejores regalos, más dinero para gastar, promesas que probablemente nunca lleguen a producirse…

 La motivación

que viene de fuera

Reforzar el hábito de estudiar a veces no es del todo bueno. Al premiarlo, se da el mensaje de que es algo que no apetece hacer, que no apasiona ya de por si sólo, que es necesaria una recompensa para hacerlo.

Al respecto, un histórico y destacable estudio fue el realizado en 1953 en la universidad de Stanford. En una escuela, los investigadores seleccionaron a un numeroso grupo de niños a los que les gustaba dibujar, que los habían observado hacerlo con gusto y sin que nadie les hubiera ordenado o sugerido hacerlo, por placer y de manera espontánea. En ese momento, se dividieron los pequeños dibujantes en tres grupos.

  • En el primero, los niños eran avisados de que si dibujaban iban a recibir un reconocimiento, nombrando este subgrupo el de la recompensada esperada.
  • En el segundo grupo, en cambio, se les dijo que podían hacer lo que quisieran, por tanto, sin recompensa.
  • En el tercero, a los niños se les decía exactamente lo mismo que a los del segundo, pero al finalizar se les recompensaba por sorpresa.

Los investigadores repartieron unos cuantos rotuladores y volvieron al cabo de unos días. Al regresar, se sorprendieron al ver que grupo tenía menos tinta en sus rotuladores.

Los niños que menos habían dibujado eran los que habían sido avisados de una recompensa.  Por el contrario, los otros dos grupos dedicaron el mismo tiempo y dedicación a dibujar. Además, los del primer grupo eran más simples, más rudimentarios y hechos con rapidez.

Eso es La paradoja del incentivo. Esta dice que en algunos casos la mejor opción para incentivar a la persona no es premiándola. Al establecer una relación con una recompensa, bien puede ser unas palabras calurosas, una muestra de afecto o lo conseguido a través del dinero, de especial interés en las fechas navideñas que se aproximan.

El objetivo, muchas veces, es conseguir que el o la pequeña de casa desarrolle esa pasión por la escuela. Potenciar el gusto por aprender cosas nuevas, por descubrir y mejorar sin esperar un reconocimiento social, afectuoso o económico es bien complicado. No hay ninguna norma escrita, muchas veces es ensayo y error hasta dar con la tecla.

Como recomendación, hablar de la utilidad de lo que está aprendiendo, explicarle porqué tiene que estudiar idiomas o matemáticas si él de mayor quiere ser dueño de una discoteca o ser futbolista. También ayudarle a que entienda que a veces hay que hacer cosas que no nos apasionan en beneficio de todo lo bueno que nos dará.

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